. . . Alma mía. Déjame ser en ti. Mira a través de mis ojos. Contempla las cosas que has creado. Mira... cómo brillan...




letters from the new world II

 

On the road

 

Hola de nuevo amiguitos, vuestro tío Matt el viajero os va a contar otra bonita historia.

Hoy: on the road (osease, en la carretera)

Cuando la señorita Lily (mi anfitriona) me dijo que era recomendable traer el carnet de conducir no podía yo sospechar lo que me esperaba.... hoy, un puñado de jornadas (ni se el día que vivo) y tropecientas millas después puedo asegurar que las carreteras yankis y mexicanas no tienen secretos para mí. Je, Willy Fogg a mi lado es un mero transeúnte.


Bueno, al grano. Lo primero que hay que saber al subirse a un cochaco de éstos es el por qué de sus dimensiones totalmente ilógicas. Entonces aplicamos una sencilla regla de tres: si las neveras talla XXXL son para llenarlas de galones de leche, zumos, etc… el tamaño jumbo de los carros yankis es para abarrotarlos de galones de gasolina (obvio) y de cancarros de café, zumos, burgers, hotdogs, cookies, y todo lo que vuestra hispana imaginación pueda elucubrar. Básicamente la parada en una estación de servicio (rest area) consiste en eso, abandonar el vehículo como si fuera un barco zozobrando y salir pitando a por cubos de poliespan rebosantes de café y demás brebajes, cajas de provisiones, y toda clase de condumio empaquetado.

Luego hay que acomodar todo el tema en el carro. Y ahí la sorpresa se desmadra. La cantidad de huecos y recovecos que tienen estos coches es verdaderamente sorprendente. Están especialmente diseñados para portar toda clase de vasos, botellas, y cajas.


Y bueno, nos ponemos en ruta. En una mano el volante (obvio nuevamente) y en la otra el cancarro de café son su tapa con pitorro  para no perder detalle (igual de obvio para un yanki). Aquí los coches son automáticos así que el truco está, una vez que quitas el freno de mano (que está en el pie izquierdo, incongruencias de por aquí) imaginar que esa pierna, la izquierda, la tienes amputada, vamos que no existe. Darle caña con el pie derecho y frenar lo menos posible para no dar trompicones. Y ¡hala! ya estamos en ruta amiguitos. Para los menos avispados una observación: de lo dicho hasta ahora se deduce que aquí básicamente te sobra una mano y un pie a la hora de conducir. Los reservamos para portar cafés, cookies... (la mano) y llevar el ritmo de la música (el pie).


Vale. Mi bautismo de fuego fue en Los Ángeles. Si, así, con dos co.... (aquí no se pueden decir tacos ya sabéis que son muy puritanos ellos). Lily cansada, el otro colega haciéndose el orejas, yo de Bilbao... es fácil adivinar quién saltó al ruedo…
Conducir por las autopistas de Los Ángeles es fácil, al igual que en la India sólo hay que tener fe. Lo primero que te dicen los de aquí es que en California hay que ir a piñón por el carril izquierdo (eso ya para aco...) y sólo cambias si vas a salir de la freeway (autopista) o te achuchan demasiado.

Verse uno embalado por pistas de ocho carriles plagadas de carros de todas las clases, tamaños y colores.... impresiona sí. Es como ir por la M40 a toda leche, pero aquí los tipos que zigzaguean de carril en carril conducen coches de varias toneladas. Y el tipo que te pasa por la derecha o por la izquierda, aquí da igual, no es un fulano de Móstoles con un ford fiesta sino un tipo al que ni siquiera ves porque conduce un monster truck (literalmente camión monstruoso, el nombre ya lo dice todo, que son esas pick up gigantescas con ruedas enormes y la amortiguación levantada a tope a las que hay que subir con escalerilla).

La mayor parte del personal conduce lo que aquí llaman SUV, que son como todoterrenos enormes pero de carretera, luego están los suburban que son como SUV pero tamaño XL y los mencionados monster truck que estarían ya en la sección de tallas especiales. El nuestro es de los SUV.

Bueno, pues así todo el día. Los Ángeles, Santa Mónica, Santa Bárbara....  hasta San Francisco. Qué ciudad majetes. A-lu-ci-nan-te. Bueno, como el tema de hoy son las carreteras pasaremos por alto las aventuras por la ciudad de las cuestas y los tranvías, y ChinaTown y el Golden Gate (éste sí que tenías que verlo Miguel)


A base de relevos seguimos ruta hacia las montañas, a ver las secuoyas gigantes. Aquí todo esta a tomar por cu... Si preguntas dónde está cualquier lugar la respuesta será unas quinientas millas o más. Eso es mucho, os lo puedo asegurar. Pero bueno, para eso están adaptados los coches, para que sea hogar y refugio de viajeros americanos.

Lo primero que ves al llegar a las montañas (aparte de la nieve, está a más de 3000 m.) es el letrero de cuidado con los osos. Pa empezar bien. De hecho te dan una pegatina que yo interpreté como protección personal. Obviamente aquí los osos, como en todos los lugares que conozco, no saben inglés así que mi cara fue de estupefacción al pensar que eso podría servirme de algo en un posible encontronazo con algún plantígrado pariente de Yogui. luego me enteré de que no, que era una especie de seguro para el coche... Se duerme en cabañas a las que accedimos por pasillos excavados en la nieve de casi dos metros, y antes de salir del coche hay que vaciarlo de toda clase de comestibles que puedan atraer a los osos por la noche. Eso se dice fácil pero en estos supermercados ambulantes la tarea es ingente. Hasta una malla con naranjas apareció por allí (¡cielos!, kilos de naranjas se mete esta gente en la guantera, así como si nada).

Bueno, las secuoyas... que decir.... quizá lo más impresionante sea su silencio de siglos. En ese bosque de gigantes uno se siente mera brizna de viento que pasa. Uno se quedaría allí semanas enteras contemplando y caminando sobre la nieve. Qué lugar madre mía....


Bueno, hay que seguir.  A la vuelta pasamos de nuevo por Los Ángeles, y de nuevo me tocó la china, bueno el carro. Esta vez dando vueltas por Beverly Hills y Sunset Boulevard a la caza de estrellas del celuloide. Y bueno, estrellas nothing, alguno con pinta de estrellado y más de una limusina. Y eso que eran las 10 de la noche o así que es cuando esta gente se supone que sale a los clubs y eso. Esa calle es inmensa de larga y llena de luces pero qué queréis que os diga, no le vi el glamour por ninguna parte.


Y un día más y al Gran Cañón. Pues sí, habéis acertado, 500 millas o 600 o yo qué sé. Conducir por las carreteras de Arizona es como escuchar al amigo Bruce el boss o ver tantas pelis de esas de tipos en descapotables por carreteras de horizontes infinitos, cactus y rectas kilométricas llenas de espejismos. Paramos en un lugarejo a repostar, en el amplio sentido del termino que aquí tiene esa palabra, y de entre todas las historias ingeribles que aparecieron a mi vera le hinqué el diente a una cosa con aspecto de barrita energética, ante su extraño saborcillo y para mi sorpresa comprobé en el envoltorio que era carne de búfalo. ¡Joe! Lo que me faltaba: cancarro de café, carne de búfalo, música country, cactus por la ventanilla y conduciendo con una sola mano (sí majo, y sin darme importancia)... si es que sólo me faltaba el sombrero a lo David Crocket.

Llegando al Gran Cañón recorrimos un rato la mítica ruta 66 en una población llamada Flagstaff. Allí la cosa se empezó a poner malita. De pronto el desierto se había transformado en una altiplanicie nevada con un temporal del quince. Nos perdimos, se hizo de noche y llegamos al Gran Cañón joios de frío. A la mañana siguiente estaba deseando ver el cañón.

¡Qué espectáculo! Por mucho que haya visto u oído no puede uno imaginar lo que allí contemplas. La huella del mundo. Millones de años ante tu mirada. Allí la gente, las personas, desaparecen y se convierten en puro asombro.
Viento y agua y eones de tiempo, y allí estas tú, una leve sombra de nube pasajera clavada ante esa inmensidad incomprensible.
Allí fue mi cumpleaños. He tenido, hace tiempo, cumpleaños muy felices, pero creedme que el de este año lo recordaré toda mi vida. Je, casi da risa hablar de años en un lugar así.


Y bueno, seguimos. Vuelta para acá, vuelta para allá. Pasado Phoenix me  meto de lleno de nuevo en el desierto de Arizona. Si de día avasalla de noche sobrecoge. Hay tipos que pasan allí temporadas muuy largas en sus caravanas y auto-caravanas (bueno, habría que decir bus-caravanas por el tamaño) en verdaderos campamentos provisionales (sí, en plan beduino pero motorizados) Hay un lugar cerca de Yuma en que la diversión consiste en que la peña no deje de hacer el burro por las dunas con toda clase de ingenios mecánicos.

Bueno, no hay problema, será por espacio, ya ves, el desierto, je. El cielo nocturno es gigantesco y limpio como un océano vuelto del revés. La carretera no tiene ni una sola curva en millas y millas así que uno puede contemplar y contemplar en silencio, solo con el ronroneo del motor, que es lo suyo. De vez en cuando algún supermegacamionazo iluminado como un árbol de navidad gigante se cruza contigo.

Si paras un rato el silencio es asombroso y el aire helador. Todo alrededor, hasta donde alcanza la mirada es un vacío inmenso que se toca con el cielo, allá, tan lejos. Cuando venía por allí incluso vi una estrella fugaz, a saber a dónde iba ella.

 
Vaya, me estoy dando cuenta de que me estoy enrollando como un rollito de Chinatown. Bueno amiguitos pues vuestro tito Matt se retira que tiene que digerir el supercafé y las tostadas con crema de cacahuete que le han endosado para desayunar.

Para otro día queda la aventura Mexicana en pos de las ballenas grises. Sí, también cientos y cientos de millas.
Solo os adelanto una cosa: hay aventura, misterio, suspense.... y es que si para conducir por las autopistas de Los Ángeles hay que tener fe, para conducir por México lo que hay que tener es otra cosa, además de fe y encomendarse a todos los santos, cristianos o budistas, tanto da.


Bye bye

 

 

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