México lindo
Que hay de nuevo pequeñuelos. Bueno, pues ahora mismito estoy en Washington DC, en un hotel así como decadente con sus pasillos enmoquetados, sus luces tenues... supongo que su fantasma.... (esta noche estuve oído avizor pero de fantasma nada, aparte de unas cuantas voces de tipos casi desencarnados y algún que otro bocinazo)
Ahora aquí, tumbadarro en la cama, escuchando música de Nirvana que amablemente me ha endosado mi vecino de la habitación de al lado, con el ventilador típico en el techo (bastante incongruente porque hace un frío de muerte ahí fuera) y con tres horas mas que en San Diego, qué se puede hacer mejor que escribir e-mails a los amiguitos allende los mares.
Bueno pues esta mañana he deambulado por la capital del imperio bajo la lluvia, con un frío lapón, comprobando cosas interesantes, a saber:
Sí, el obelisco ése gigante en el que se estrellan todos los platillos volantes de las pelis aún sigue en pie, gracias a dios; sí, el pedazo estanque por el que patalea el amigo Forrest Gump es así de grande os lo aseguro y ¡oh!, no hay multitudes allí congregadas cantando country o tarareando a Bob Dylan (sería por el frio); y sí, ¡oh sí!, Lincoln tiene cara de Lincoln y no de mono malhumorado (esos pinches de simios no pudieron con nosotros al fin y al cabo jeje)
Ummm, hablando de pinches... lo de México. Vale.
Pues sí amiguitos. Fe, mucha fe. Después de deambular por montañas y desiertos, de ver cosas sorprendentes y misterios muy misteriosos uno se piensa a salvo de tribulaciones y sobresaltos. ¡Pues no! Basta pasar la frontera mexicana y ¡zas!, bienvenidos al caos.
Pasamos a Tijuana (aquí me apuesto una birra a que alguno a leído Tijuana en plan pseudomexicano: Tijuaana)
Bueno, primera parada Rosarito a coger un mapa y orientarse un poco. Lo primero que sorprende es el abigarrado contraste de todo aquello. Gente por la calle (y digo calle, no acera) vendiendo de todo, desde tacos a souvenirs, ropa, trastos ininteligibles... yo qué sé. Todas las tiendas, tascas y restaurantes están directamente abiertos a la calle (y vuelvo a decir calle y no acera) porque esa es otra, aquí amigos no hay aceras. La carretera atraviesa una localidad y desde el borde del asfalto a las susodichas tascas y demás sólo hay un espacio polvoriento en el que vas dando botes mientras buscas aparcamiento. La carretera será todo el asfalto que vais a encontrar en todo el pueblo.
Para comprar un carrete de fotos nos mandan a la farmacia, así pa despistar. Empezamos bien. Te pones en la carretera y compruebas estupefacto que aquí la peña adelanta dónde y cuándo le brota (luego aumenta la estupefacción cuando ves que es que no hay líneas discontinuas, ni en curvas ni en rectas ni en tangentes, nada, ni una, así que al final adelantas sobre la línea y cuando puedas) Es curioso, las pocas zonas que vimos para adelantar estaban justo al final de rectas inmensas, justo sobre las curvas, también para despistar supongo.
Bueno, los coches es otra historia. A veces teníamos miedo que el coche precedente se fuera desarmando como una especie de mecano mal ensamblado o que explotara de pronto, por la ruidera que metía (una mezcla entre cortacésped y castañuelas desmelenadas) Algunos no llevaban matrícula, otros los retrovisores mirando al cielo, o a la carretera (sería para comprobar el estado del tiempo, o del firme, quién sabe) Y lo de las luces… je, qué tíos. Como en el chiste: primero una moto por la izquierda, luego una por la derecha..... en fin, que aquí todos llevan al menos (recalquemos lo de al menos) un faro fundido.
Bueno, al final uno se acostumbra. Sí, incluso en el caos uno encuentra cierto sentido. En un lugarejo llamado Puerto Nuevo paramos a comer langosta, que por aquí está muy bien de precio. La gente majísima eso sí. Eso también es una constante por aquí. Hasta nos cantaron con guitarrones y todo eso.
El hotelillo lo teníamos en un lugar llamado Guerrero Negro, en la Baja California Sur, donde dios pego las tres voces, no, un poco más allá.
Contemplar las ballenas fue una experiencia alucinante. Allí, al alcance de la mano, jugando con la lancha ese pedazo de animal en el que no obstante uno se reconoce, en su curiosidad, que es la nuestra, en sus ganas de jugar. Fue increíble, ya os digo. Solo por esa mañana que pasamos por allí, mecidos por las ballenas como sargazos a la deriva, mereció la pena todo el viajecito.
A la mañana siguiente vuelta para atrás. Todo bien planeadito, tempranito..... ay… que el diablo la lía cuando no tiene nada que hacer...
Al pasar de la Baja California Sur hay una frontera, de hecho se cambia hasta de hora, y claro, un puesto fronterizo. EL truco está en parar lo justo para no dar tiempo a que salga el guarda de la caseta. Pero el pinche coche se nos detuvo más de la cuenta, ¡cuate! Total. Nos triscaron. Esto se traduce en pagar algo, seguro. Así fue. Que si sello que si tramites que si leches con guacamole. Más de 20 dólares por barba (por ser extranjeros, de USA y España encima) A volver al pueblo para ingresarlo en el banco.
Nuestra querida Lily dio la vuelta y en el pueblo se dirigió directamente a la gasolinera. Ante nuestra sorpresa (poca, después de lo del carrete en la farmacia quién sabe si esta gente saca pasta en las gasolineras) nos dijo que de pagar nothing. Sacamos el mapa y buscamos un rodeo para esquivar el dichoso puesto fronterizo. Una carreterita por mitad del desierto, sí así, como en las pelis. Tira para allá. La carreterita se convirtió pronto en camino, el camino en caminajo y el caminajo en carrera de obstáculos esquivando cráteres y cactus. El sol, de justicia, del desierto claro (ése sí era lógico el jodío) y la primera curva después de tropecientas millas.
El pinche mapa nos falló, como alguno de vosotros ya estaréis suponiendo, así que cuando llegamos a unas casuchas allí en mitad de ninguna parte (nunca esa frase hecha ha venido tan al hilo) no tuvimos más remedio que buscar un paisano y preguntar donde rayos estábamos. Un tipo rechoncho y sudoroso se nos quedo mirando como si fuéramos una aparición (aquí en cada curva hay una historia de fantasmas o del propio diablo) y nos soltó: “ésta la llevan ponchada” (a mi aquello me sonó extraño pero aún no alarmante) Y a continuación: “y ésta también está ponchada” (eso ya.... y su insistencia en dar pataditas a las ruedas....) Bajamos del coche y sí, en efecto, ponchada es sinónimo de pinchada. Y no una sino dos. ¡Qué alegría y qué alboroto! Ah, y el pueblo se llamaba El Arco (vamos que si pillamos al hi.. pu... del arquero que nos flechó las ruedas lo matamos allí mismo.
Bueno, en estas situaciones uno en principio se queda como extasiado, esto es, sin palabras. Luego a su boca acuden toda clase de improperios inconexos, maldiciones a todos los entes, y demás clásicos.
Y ahora viene la pregunta crucial: y ahora ¿qué co... hacemos?
Bueno, abreviando. Los únicos habitantes de por allí (aparte del paisano e informador ya presentado) eran unos tipos que hacían prospecciones mineras. Gracias Dios mío, Virgen de Guadalupe, Santa Rita, etc.. Se prestaron amablemente a intentar arreglar el pinchazo de al menos una de las ruedas (porque aquí como en todo el mundo mundial los imbéciles descerebrados que se internan en el desierto esquivando guardas de fronteras sólo llevan una rueda de repuesto).
Allí a sacar todos los trastos del coche (os recuerdo, esos supermercados rodantes). Hasta una botella de sangría, “Real Sangria. Imported from Spain” para tomar con hielo, salió por allí (pocas veces en mi vida he visto un objeto tan desubicado…).
Mi colega fue en una pick up con uno a arreglar lo que se pudiera. Pusimos la de repuesto siguiendo el manual de instrucciones (ni idea teníamos, qué desastre) y la rueda arreglada (con un tapón de goma, sí, un tapón) para que aguantara. La otra no valía ni para valla de circuito de karting del boquete que debía tener.
Bueno, pues vuelta a Guerrero Negro, encima eso. Cada dos por tres mirando las dichosas ruedas a ver si estaban sanas, o simplemente estaban. Ya nos dijeron: “cuidado que ese camino tiene las piedras muy bravas”, así bravas, como si fueran de Miura o Vitorino. Y recordad que nuestro carro es un todoterreno, un SUV que llaman por aquí.... En fin. El destino no quiso darnos mas cornadas y llegamos a Guerrero Negro. Esto ya era a las dos de la tarde. O sea, imaginaos la excursión.
Allí a buscar llantera. Sí, aquí a las cubiertas les llaman llantas, seguimos despistando. No había ruedas de nuestro coche. ¡Dios pero dónde estaba el gafe! ¡Qué día!
Nos decían que aunque fueran más grandes no importaba. ¡Cielos! Pero esta gente ¿qué pretende? ¿Que vayamos suspendidos en el aire como un monster truck? ¿Que saquemos el cortachapas y le demos un retoque a la carrocería?
Bueno, al final encontramos una rueda, una, de segunda mano, sí, de segunda mano, o más manos, en un lugarejo que menos taller parecía cualquier cosa. Más o menos era un montón (montón, ni siquiera pila) de ruedas, una caseta como de obra o heladería portátil y un letrero: “llantería”. Ah, y un tipo derrumbado en una silla de camping.
Bueno, lo demás... qué decir. Tropecientas millas por carreteras sin arcén, casi sin gasolineras (esa es otra), motos por la derecha, motos por la izquierda, vamos, lo normal. En la frontera de US otras dos horas de espera (resulta que había puente en US por ser el día de los presidentes y toda la peña había estado en México poniéndose tibio de langosta y micheladas) Total, llegamos a casa a las 3 y pico de la madrugada. Eso sí, con una rueda menos.
Y sin haber pagado a la pinche guarda de fronteras, ¡que se jo… !
Bueno, como me enrollo amiguitos. En fin, aunque no os lo creáis pese a todo valió la pena. Las ballenas, el desierto y su atardecer, esos colores, aquella bahía en el fin del mundo... en fin. Además estas cosas son de las que luego se cuentan en los bares para que la peña flipe. Esto es sólo un sucinto resumen jeje.
Creo que me voy a ir a dormir ya. Creo que son bastante más de las 9:34 que veo en el ordenata. Mañana vuelta a San Diego. Este viaje relámpago a la capital del imperio nos la pagó el amable gobierno federal por una conferencia que tenía que dar Lily por aquí, qué majetes ¿verdad? Después de venir dando botes por el aire hasta Baltimore, vaya tormenta que había, nos vinieron a recoger al aeropuerto en Cadillac con chofer, asientos de cuero con calefacción, prensa, bebidas y todo, para llevarnos a Washington y al hotel. La pera. Después de lo del desierto merecíamos una compensación, jope.
Bueno, pues a ver qué sucede próximamente, que por estos lares nunca se sabe. A lo mejor hasta me visita el fantasma. Yo ya me creo cualquier cosa.
Chao majetes.
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